DEPORTES

La cábala de la portería norte

La 'venganza' de Luis Fernando Tena

Quien hizo mejor su trabajo la noche del sábado fue Luis Fernando Tena, ex entrenador del León al que dicen le tendieron la cama. Su venganza fue de conocedores, lo que demuestra que su paso por aquí no fue inconsciente y sabe más de lo que pensamos.

Querétaro ganó el volado y pidió cambio de cancha para forzar al León a cerrar el partido tirando hacia la portería sur. Unos dicen que jugar el segundo tiempo en dirección norte es una vieja cábala, pero lo más cercano a la verdad me lo platicó Marquinho hace tiempo: “Hay una pendiente de unos centímetros en la cancha, que baja de sur a norte y, en el minuto 89, cuenta mucho”

Lo más cercano a la verdad me lo comentó Marquinho: «Hay una pendiente de unos centímetros en la cancha que baja de sur a norte y, en el minuto 89, cuenta mucho»

Para mí fue muy incómodo ver que nos cambiaran de cancha, que Tena resultara tan astuto como su línea defensiva de cinco jugadores, porque me forzó a moverme al otro lado de la tribuna para el segundo tiempo. Quizás me equivoco y fueron Britos y Novaretti los que aconsejaron esto, pero lo que sí es verdad es que la noche del sábado fue una de esas en las que el futbol no solo da para desconectarse del mundo, también fue una de esas en las que los cubeteros caminan incansablemente buscando clientes, tanto así que cuando entramos al estadio nos prestaron trapo para limpiar las butacas y, en el segundo tiempo, uno apodado ‘Pepe El Toro’ nos señaló tres lugares disponibles al otro lado de la tribuna. Los cubeteros son esos entes que rondan las gradas viéndolo a uno según la ley de la oferta y la demanda. Si la demanda es baja, como la del sábado, son casi como si uno llevara su propia cantina, pero si es alta, uno tiene que estar gritándoles para el refill. 

El cubetero es parte fundamental de la experiencia futbolera, sea uno aficionado, espectador o villamelón, puesto que la cerveza no discrimina en este sentido y es el eje central de la creatividad popular. Por ejemplo, yo tengo el problema de imaginar cosas durante los partidos, y en algún momento de claridad me cuestioné cómo sería una protesta silenciosa en la que los trece mil asistentes hubiéramos permanecido callados los noventa minutos: ni siquiera un aplauso en el gol, solo una protesta general de alta manufactura.

Gesto de Andrade para celebrar el segundo gol ante el Puebla. / Foto: Liga Mx.

La idea me la dio Andrade con el festejo del partido antepasado, cuando se puso las manos en la orejas para escuchar a los quejosos que no apoyan en las malas ni en las pésimas, los que seguramente no estaban en el estadio. Es decir, su protesta estuvo mal planeada y ejecutada. En la planeación tuvo fallas porque las quejas a las que se refería fueron presentadas en redes sociales, no en el estadio, mientras que la ejecución debió de haber sido directamente a la cámara de su celular, para su Instagram y en una irónica privacidad.

Al final, los que estábamos ahí pagamos un boleto para verlos jugar. Volviendo a la protesta con tintes de retiro espiritual, el silencio hubiera sido de sabios y habríamos sido tendencia en redes sociales, que al parecer son parte importante del negocio futbolero. Entiendo a Andrade, el trabajo del futbolista tiene ciertas exigencias que los trece mil setenta y cuatro de la tribuna nunca viviremos, y una de esas es aguantar las opiniones de todos nosotros.

De Luis Fernando Tena en su versión Querétaro aprendí que el partido no empieza cuando pita el árbitro, sino cuando se ejerce el derecho del volado

Sin embargo, su trabajo es tan voluntario como el de la ballerina que no duerme por ensayar y perfeccionar su técnica, o como el del panadero que empieza su día a las tres de la mañana. Hasta comprar un boleto e ir al estadio, con todas sus implicaciones, es voluntario, y los que estuvimos presentes el sábado no parecíamos masoquistas, al menos no me dio esa impresión. Por eso que, durante los últimos años, he tratado de madurar mis pasiones futboleras, porque el futbol es tantas cosas y a la vez tan pocas, que ya no sé cuál sea mi postura ante él, quizás esté a la espera de no fastidiarme si un jugador apenas quiso presentarse al partido.

En mi caso, voy al estadio por los sentidos de identidad y de pertenencia, que son trascendentales en el bienestar del ser humano y funcionan como motivadores de ciertas causas. Implícito está encontrarse con amigos y socializar con desconocidos, caminar entre pequeñas multitudes, gritarle al árbitro y comentar el gol en los mingitorios. Implícito está todo aquello que nos hace ser aficionados a un deporte que se ha transformado en negocio, y todo aquello que nos hace consumirlo y ser un eslabón más en la cadena.

Camisetas de Donovan, a la venta en la tienda del Club León. / Foto: YouTube

Ese futbol de antes, el del amor a la camiseta, es tan obsoleto como la palabra ‘camiseta’, y hoy los espectadores son dueños de la decisión de comprar o no un jersey, de ser parte de la euforia y la frustración, o de ponerles un límite. La mala racha del equipo pasará pronto, pertenece a una liga que lo permite y en la que la liguilla es más importante que una brillante planificación. De ‘Pepe El Toro’ en su versión cubetero aprendí que el futbol, más que nunca, tendrá una butaca disponible, únicamente hay que saberse mover por la tribuna. De Luis Fernando Tena en su versión Querétaro aprendí que el partido no empieza cuando pita el árbitro, sino cuando se ejerce el derecho del volado.

Por cierto, hubiera sido un regalo para la tribuna ver a nuestro jugador mundialista, pero ‘Chavo’ Díaz prefirió no hacer el tercer cambio. En mi protesta personal, ya cuando el frío ha terminado, compré una bufanda con el nombre del de California, y me fui a mi casa con varias dudas sobre el modelo comercial del futbol actual.

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