RELATOS DEL PODER

Una noche de terror en un hospital del Covid-19

Los pacientes contagiados están en un cuarto de aislamiento. Los doctores parecen astronautas con trajes especiales de Tyvek. El miedo se ha propagado como virus en la Clínica T-1 del IMSS convertida en un Hospital del Covid-19

A las 8:50 de la noche, un guardia de seguridad, con semblante de Alfred Hitchcock, permite la entrada a la sala de espera. Los familiares de los enfermos deben ser puntuales. A las 9:00 p.m. se cierra la puerta. Ni más temprano, ni más tarde. Los accesos están demasiado restringidos y controlados en un Hospital del Covid-19.

Esta será una noche larga.

-Tenga cuidado. El virus anda por aquí -me dice una señora en la entrada, mientras me rocía la cabeza con un bote de aerosol mata bacterias de la marca Lysol.

El hospital luce solo y sombrío.

Por un pasillo, me encuentro a un hombre que trae un cubrebocas oscuro y me recuerda a aquel personaje terrorífico de Anthony Hopkins llamado Hannibal Lecter. La enfermera porta una bata especial impermeable y desechable. La señora que me recibe, carga su bote de aerosol Lysol y lo dispara a los cuatro vientos.

-¡Póngase gel antibacterial y su cubrebocas! -me dice-. No suelte el cubrebocas.

Un hospital de 235 camas -construido en 1964, de cuatro pisos-, fue destinado como hospital para el coronavirus: la Clínica T-1 del Seguro Social de León. Casi todo el edificio está solo. El tercero y cuarto piso están destinados para pacientes con Covid-19. Todavía hay pacientes de otras enfermedades en el primero y segundo piso, pero cada vez son menos. Los directivos del IMSS tomaron la decisión de desocupar el hospital para la pandemia. Hay cuartos de aislamiento. Salas de choque. Camas de terapia intensiva.

-Ahorita tenemos 3 pacientes con Covid -me dice una enfermera-. Uno está en Terapia Intensiva y otros dos en un área de aislamiento. El otro día murió un adulto mayor y ni siquiera alcanzaron a hacerle la prueba del coronavirus.

-No se preocupe. Los pacientes de Covid son atendidos con extrema precaución. Tenga cuidado y no le pasará nada -me dice.

En la sala de espera, hay cinco personas, listas para pasar la noche, acostados en sillas, igual que yo. Son los parientes de los enfermos de Terapia Intensiva que deben quedarse aquí toda la noche, por si ocurre algo. En teoría no debe pasar nada. Sólo si un paciente se pone grave de salud, llegará un enfermero y gritará su nombre, por si hay que tomar una decisión médica urgente.

Sala d espera de Clínica T1 del IMSS

Nadie habla. Nadie convive. Nadie muestra interés por hacer amigos. Las cinco personas usan riguroso cubrebocas.

-No toque nada. No hable con nadie. No toque los pasamanos. No toque los escritorios. Y nada le pasará -me dice una señora que tiene 15 días sobreviviendo aquí y que está sentada a seis sillas de distancia.

-Desinfecte su silla y no se mueva de ahí -me ordena.

Ahí me quedo clavado en la silla desinfectada, sin ningún interés de cambiar de lugar. Hay sillas que están marcadas con una equis y que no pueden ser ocupadas por la sana distancia.

Los parientes de los enfermos de Covid, no están aquí. Ellos están afuera del hospital. No pueden estar adentro. El protocolo establece que los familiares de los contagiados deben permanecer afuera para evitar la propagación del virus. Si algo ocurre con un paciente de Covid, llamarán por teléfono a los familiares para notificarles. Los médicos no hablan directamente con los familiares de los contagiados.

Yo estoy aquí porque vine a cuidar a un familiar.

A las 11 de la noche, la gente empieza a caerse de sueño.

Una señora saca una bolsa para dormir y se acuesta en la silla que ella misma ha desinfectado. Un hombre saca una almohada y descansa. Antes de dormir, yo tengo una preocupación no prevista: necesito ir al baño.

El baño está ubicado al fondo de un pasillo como a 70 metros de distancia. Hay que caminar. Es un hospital solitario y oscuro. Me siento como el niño del triciclo de El Resplandor de Stanley Kubrick, caminando rumbo al baño, preocupado de que se me pueda aparecer un hombre con una sierra eléctrica o las dos gemelas de El Resplandor, diciéndome: “Ven a jugar con nosotras”.

En el baño no hay nadie.

-La puerta la abres con guantes. La llave del agua la abres y la cierras con papel higiénico. Al salir, ponte gel antibacterial y otra vez los guantes -me dijo un doctor que me explicó antes cómo sobrevivir al sanitario.

A las 4:00 de la mañana, el nosocomio está en silencio absoluto. Hay una extraña sensación de desamparo. Un médico de gorro y goggles sale por una puerta y entra a otra, a toda prisa, sin decir nada. Una enfermera entonces grita para avisar que un paciente se ha puesto mal.

-No se preocupe, todo va a estar bien -explica la enfermera.

El hospital del IMSS se ha preparado para esto. Todo está señalizado para evitar contagios. Hay líneas en el piso para marcar la distancia donde uno debe pararse frente a las ventanillas. En los escritorios, hay líneas de proximidad y sana distancia. De pronto, me topo con un elevador que tiene un letrero grande que dice: “Elevador para pacientes con Covid-19”. Un elevador especial para personas infectadas. Los contagiados llegan por Urgencias y tienen dos caminos: Si está muy grave, entra directo a Terapia Intensiva para ser conectado a un ventilador; si solo tiene síntomas, sube por el elevador del Covid y es ingresado a piso. Una señora de 85 años murió aquí hace horas en Terapia Intensiva.

Para todo hay protocolos. Si entras en contacto con un contagiado, debes usar un traje especial Tyvek. Cuando sales de trabajar, te tienes que bañar. Debes cambiarte de ropa. Hay toda una técnica para cambiarse de ropa. Debes usar botas desechables. Guantes desechables. Gorros desechables.

Los doctores parecen astronautas con sus trajes blancos.

-Nadie aguanta el traje más de 3 horas -me dice un enfermero-. Es muy pesado y caluroso. Usar el traje es agotador, pero lo debes usar si no quieres contagiarte.

A las 7:00 de la mañana, el ruido despierta a los visitantes que están de guardia en la sala de espera, medio dormidos, tratando de no tener pesadillas. A esa hora comienzan a llegar los empleados administrativos y los trabajadores.

La noche de terror ha terminado. La luz entra por los ventanales.

La clínica T-1 del IMSS todavía no tiene muchos casos de coronavirus, ni tantos muertos, pero lo que sí se ha propagado es el miedo.

El terror recorre los pasillos del nosocomio como Freddy Krueger recorriendo los sueños de las personas que van a morir.

-Antes de entrar a su casa, tiene que quitarse la ropa. Póngala en una bolsa y métala a la lavadora -me dice al salir del hospital el guardia de seguridad con semblante de Alfred Hitchcock, aumentando la angustia.

Estoy infectado de terror.

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Pablo César Carrillo

Periodista de estos tiempos.

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